martes, 9 de abril de 2013

taller de filosofía medieval de San Agustín


Las Confesiones – Apartado 3. San Agustín.
¿Por qué, entonces, preocuparme de que los demás oigan mis confesiones como si fueran ellos a sanar todas mis dolencias? Son gente demasiado interesada en conocer vidas ajenas y perezosas en enmendar la suya. ¿Para qué tanto interés en oír de mí quien soy, si ellos no quieren oír de ti quiénes son? Y cuando me oyen hablar de mí, ¿cómo saben que digo verdad? Pues no hay hombre que sepa el corazón del hombre, sino el espíritu del propio hombre que está dentro de él. Pero si te oyen a ti hablar de ellos, ya no podrán decir: “miente el Señor.” Porque ¿qué otra cosa es oír de ti lo que ellos son, sino conocerse a sí? ¿Y quién hay que se conozca y diga: “Es falso”, si él mismo no miente?    
            Pero la caridad que lo cree todo -es decir, todo lo que se dice cuando todos los unidos por ella forman un solo corazón- me mueve a mí, Señor, a hacerte mi confesión para que la oigan los hombres. Pues aunque no puedo demostrarles que lo que digo es verdad, al menos me creerán aquellos cuyos oídos están abiertos para mí por la caridad.
Hazme saber, no obstante, tú que eres mi médico íntimo, la utilidad que me reporta hacer esto. Pienso que las confesiones de mis pecados pasados –que tú perdonaste y cubriste con un velo, haciéndome feliz en ti, pues cambiaste mi alma con tu fe y el sacramento del bautismo- cuando se leen o se oyen, despiertan el corazón, para que no duerma en la desesperación y diga: “No puedo.” Antes al contrario, le despiertan al amor de tu misericordia y a la dulzura de tu gracia, por la que cada uno de nosotros, aunque débil, se hace fuerte, pues se hace consciente de su propia debilidad. Y los buenos se alegran de oír los pecados pasados de otros que ahora se ven libres de ellos. Se alegran ciertamente, no de ser malos, sino porque lo fueron y ahora ya no lo son. 
De qué me sirve, entonces, Señor –a quien se confiesa todos los días mi conciencia, más confiada en la esperanza de su misericordia que en su propia inocencia- de qué me sirve, repito, confesar delante de ti a los hombres, a través de este libro, no lo que fui una vez, sino lo que soy ahora? Conozco el fruto que saqué confesando lo que fui y así lo he expuesto. Pero hay muchos que me conocen –y otros que no me conocen, pero que han oído hablar  de mí- que quieren saber quién soy yo ahora, en este preciso momento en que escribo mis confesiones. No pueden aplicar su oído a mi corazón donde soy como soy, aunque hayan oído algo de mí o lo hayan oído a otros de mí. Desean, sin duda, saber de mis propios labios lo que soy interiormente, donde ellos no pueden penetrar ni con la vista, ni con el corazón ni con la mente. Están dispuestos a creerme, pero ¿querrán conocerme? La caridad, que les hace buenos, les dice que yo no le miento cuando les confieso lo que soy, y esta misma caridad es la que en ellos me cree. (Hipona 1950 260)

Preguntas:
1.            ¿Qué pretende alcanzar San Agustín al dar a conocer las confesiones?
2.            ¿Cómo es posible llegar al encuentro con lo divino a través del conocimiento de sí mismo?
3.            ¿Por qué es necesaria la caridad para llegar a conocer la interioridad o el espíritu humano?
4.       ¿Qué es lo que nos hace más fuertes según Agustín y por qué?